Un día… una señora me dijo:
– ¿Te parece normal?
– ¿Lo qué?
– Mi hijo… “no es normal”. Quiere dejar los estudios porque no le motivan. ¿Qué te parece?
– ¿Quieres que te de mi opinión sincera?
– Sí, claro.
– Pues yo lo apoyo.
– ¿¿Cómo??
– Verás…
Puede que esté haciendo el mejor curso del mundo, en el mejor instituto, con los mejores profesores y aprendiendo las mejores asignaturas, pero “para él es una mierda” …
“No le motiva”
Y podemos afirmarlo tajantemente si valoramos su punto de vista y no pensamos que es un extraterrestre.
“Es una mierda”
– ¿Y lo dejo quedarse en casa sin hacer nada?
– No. Ayúdale a descubrir qué le motiva y empújalo a perseguir su meta.
– Pero si dice que quiere ser mecánico.
– ¿De verdad? (entusiasmado).
– Sí… mecánico (indignada).
– Pues tiene algo que le falta al 80% de los jóvenes.
– ¿Qué tiene?.
– “Sabe lo que quiere”.
Yo le apoyaría para que desarrolle su sueño, y si realmente le gusta su trabajo, llegará más lejos de lo que se imagina.
“Sí… mecánico, o lo que sea”
…
¿Cuántos padres ayudan a sus hijos con sus carreras? ¿Y con la búsqueda de empleo?
¿Cuántos padres ayudan a sus hijos a prepararse para desempeñar un puesto de trabajo en lugar de lanzarlos a una bolsa de empleo sin experiencia previa ni preparación especializada para el puesto al que se presentan candidatos?
¿Cuántos padres empujan a sus hijos a emprender en lugar de decirles que busquen un trabajo?
¿Cuántos padres no tienen miedo a que sus hijos fracasen?
¿Cuántos padres permiten que sus hijos tengan sueños?